Contamos una vez más con nuestra sierra de Alcaraz, vivero de rutas, destino recurrente y feliz arcadia de Tomesenda. Esta vez subiremos al calar de la Osera.
Se llaman calares, en la jerga local, por la gran capacidad de calado de agua que tienen en su interior. La naturaleza de sus rocas calizas o carbonatadas ha condicionado la evolución del territorio conformando un paisaje de gran belleza y marcados contrastes. A este tipo de terreno se le llama kárstico. El paisaje kárstico es un terreno rocoso con afiladas crestas, profundos pozos con aberturas estrechas (simas), amplios pedregales y un auténtico tesoro que es el gran campo de dolinas o torcas, que son depresiones redondeadas que actúan como embudos para el agua y como macetas naturales para la vegetación que se asienta en su fondo.
Bajo la superficie hay una colosal red subterránea de conductos, cavernas y galerías que recoge y transporta las precipitaciones desde la superficie a acuíferos, conductos y sifones para volver al exterior a través de manantiales. Los tres calares de la sierra – el del Mundo, la Sima y la Osera-- forman una unidad natural surcada por los ríos Tus y Mundo.
A cuatro kilómetros de Paterna se inicia la ruta por buena pista picando hacia arriba hasta llegar a la senda que nos conduce a la planicie del calar, entre pinos, encinas quejigos. Nos espera en el calar la cueva de la Osera que da nombre al paraje; es una gruta de abrupto acceso y punto estratégico que merece una parada de descanso y panorámica. A partir de aquí se ensancha el paisaje y el horizonte para caminar entre dolinas por terreno exento de sendas, muy pedregoso y escarpado. Al final nos aboca a un suave descenso para despedirnos del calar.
Estrenamos escenario por sendas y cotas más bajas y suaves con destino a las Espinelas, una finca; tras ella buscamos la carretera por la que caminaremos unos 200 metros en fila india y por la izquierda hasta tomar una bonita senda cuesta arriba para alcanzar una cómoda pista forestal que nos va a acompañar --ahora sí-- durante un largo trecho por agradable y llano camino entre un mar esmeralda de vegetación que alberga el valle. Acabamos con la pista y tornamos a la senda por otro precioso escenario encajonado entre paredes que nos lleva a un claro, junto a un arroyo y unas formaciones rocosas talladas por la erosión. Pronto se nos presenta otra senda que sube con unas vistas sublimes como recompensa. Una explanada en el Encebrerico nos da un respiro. Estamos en un cortijo grande o una aldea pequeña abandonada y en ruinas. Llama la atención una hiedra añosa de hoja pequeña sobre dos troncos gemelos --incrustados al muro de piedra--, y a su vez formados por multitud de tallos retorcidos e injertados entre sí de forma natural al engrosar; sin embargo, sus hojas se mantienen verdes y lustrosas en asombroso contraste con su edad y su entorno ruinoso; como si continuara bajo los cuidados de un jardinero; como única superviviente del caos. Una venerable anciana en plena lozanía.
Seguimos hasta la bajada final, muy prolongada y pendiente. Ya divisamos el autocar. Si el arroyo lleva poco caudal podremos vadearlo, si no, habrá que dar un pequeño rodeo. Por la configuración pedregosa e irregular del calar y de las subidas y sobre todo de la bajada con tramos escurridizos, se hace más necesario que nunca un buen calzado, o sea, BOTAS ALTAS CON BUEN AGARRE y no deportivas lisas. También los bastones ayudan.
Vicente Palacios
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